El domingo pasado concluyó una época de oro de Chile. Durante los últimos 20 años, ese país estuvo gobernado por una coalición de centroizquierda liberal dominada por los socialdemócratas y los demócratas cristianos, que, con otras alianzas, formaron la unión política conocida en Chile como la Concertación. Este largo periodo de transición democrática, estabilidad y progreso llegó a su fin con la elección de Sebastián Piñera, un economista y empresario de derecha que ganó las elecciones a pesar de que el gobierno de la presidenta Bachelet gozaba de altísima aceptación (ella termina el período con índices de popularidad que superan los de Uribe).El reto que enfrenta Piñera, como lo enfrentó Aznar en España en su momento, es conservar el ímpetu democrático y superar los logros de la Concertación. La verdadera prueba para la democracia chilena comienza ahora, cuando el pueblo le ha confiado el gobierno a la derecha por primera vez en elecciones populares desde 1958. Todo indica que Piñera y su equipo vienen dispuestos a continuar con las exitosas políticas que adelantó la Concertación, que tuvo el buen tino de conservar lo que había logrado decantar en su última etapa el régimen de Pinochet después de costosísimos errores.La Concertación se esmeró en el manejo fiscal y monetario, en inversión pública y en política social, y ha hecho de Chile un país ejemplar en América Latina, con su modelo económico neoliberal y su política social. Su gestión ha sido ampliamente reconocida y ha hecho posible que Chile fuera invitado a ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un organismo que agrupa a los países desarrollados que poseen economías de mercado y en la que América Latina solamente está representada por México (Brasil también debería haber sido invitado, pero no lo ha sido al parecer porque conserva un apego al estatismo y al proteccionismo que no es bien visto en este club de ricos).Si Colombia no hubiera dado tantos tumbos en política económica en los últimos 16 años, podría haber sido ahora similar a Chile, como lo era en 1990. Pero como nos dio pena haber ingresado a la economía global y haber optado abiertamente por el capitalismo, se emprendieron contrarreformas a medias. No se avanzó suficientemente y continuamente estuvimos vacilando entre seguir adelante o volver al pasado.Es natural, entonces, que Chile nos sacara ventaja. Entre 1990 y el 2008, ese país creció a un ritmo promedio anual de 5,3 por ciento. Colombia lo hizo a un ritmo bastante inferior de 3,4 por ciento. En ese período, el crecimiento anual promedio del PIB real por habitante fue de 4 por ciento en Chile y apenas del 1,8 por ciento en Colombia. En términos comparables de capacidad de compra, el ingreso per cápita de Chile se multiplicó por 3,1 en el período y el de Colombia solamente por 1,98. Esto también se refleja en la disminución de la pobreza en Chile y el poco progreso de Colombia en ese frente. La población chilena en extrema pobreza es alrededor del 3 por ciento, mientras que en Colombia es cercana al 20 por ciento. La proporción de pobres en Chile está entre el 13 y el 14 por ciento de la población, comparada con un 45 por ciento en este país. La mortalidad infantil en Chile en el 2009 era de 7,2 por cada 1.000 niños que nacen con vida, y en Colombia era de 16,5 por mil. El gasto social por habitante en Chile es 2,25 veces el de Colombia y la cobertura universitaria es superior al 50 por ciento desde el 2007. La deuda pública de Colombia, como porcentaje del PIB, es 2,5 veces superior a la de Chile (entre 1990 y el 2008 el superávit fiscal promedio de Chile fue 2 por ciento del PIB, comparado con un déficit promedio de 1,3 por ciento del PIB en Colombia). En resumen, en Chile ha habido buen gobierno y políticas estables durante un período suficientemente largo, mientras que en Colombia nos dedicamos a dar bandazos y nos preparamos ahora para un salto mortal.
Rudolf Hommes
Rudolf Hommes